Hace poco me propuse convertirme en una madre más relajada, de esas que no se alteran por (casi) nada y parecen inmunes a la tiranía del reloj.
Estaba cansada de ir corriendo a todas partes, de las prisas mañaneras para llegar al cole, al trabajo, a las extraescolares… Cansada de las duchas exprés antes de cenar y de que muchos domingos parezcan lunes. Además, me preocupaba mutar en esa mujer que arrastra a sus hijos de un lado a otro como si el coche estuviera a punto de transformarse en una calabaza y los niños en ratoncillos.
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