Hace ya más de un mes de la última vez que salí a la calle. Recuerdo que decidimos montar en bici, e irnos a ver las vacas con los pequeños, para que disfrutaran del monte, de ir en bici… Mi pequeña estaba entusiasmada, era su primer paseo largo en bici ¡Sin ruedines!
A la ida no nos encontramos a nadie, y fue un alivio, a la vuelta nos encontramos a algunas personas, disfrutando de un paseo, con las que mantuvimos las distancias y con las que solo verlas de lejos me hacían sentir un cierto nerviosismo interno. Mi pequeño se durmió, sentado en la bici y el regreso a casa fue más rápido de lo que esperaba.

¡Qué bonito recuerdo! Durante los 3 días siguientes los pequeños pedían ir a ver las vacas: – ¡por fa mama, no nos verá nadie! – Y esa ilusión se fue simplemente callando. Aprendieron a que había que estar en casa. No se quejan, tienen claro que son unos privilegiados porque tienen un jardín al que salir a correr, incluso en el que pueden coger la bici y dar una vueltecita o miles de ellas.

Yo los miro cada noche al irnos a la cama, y echo la vista atrás de lo que ha sido el día, es una mala costumbre que he adquirido desde que soy madre. Y entonces, reviso, hemos hecho esto… también esto otro, los deberes… hemos jugado a… y a veces me quedo en calma, y otras me culpo por no haber llegado a más. Pero creo que es una culpa con la que he aprendido a vivir. 

Por otro lado, me reconforta practicar yoga, lo he descubierto durante la cuarentena y, bueno, podríamos decir, que lo hemos cogido como práctica habitual. Hace 5 años que comenzamos este viaje de ser padres, y no nos quedará ni un solo segundo para nosotros mismos y mucho menos para disfrutar en pareja pese a estar casi 24 horas juntos. 

En cuarentena oigo muchas veces como decimos: – ¡Venga que ya queda poco, que pronto se acaba, todo saldrá bien! – Y me recuerda a cuando se cae un niño, y taponándole una herida sangrante lo cogemos y corremos hacia un centro de salud, hacia un grifo para ocultarle que tiene sangre en la cabeza, y ahora que somos nosotros los que tenemos esa herida sangrante en forma de inquietud y preocupación nos quejamos que sea esto mismo lo que hacen con nosotros. 15 días más…  esto va mejor… 

Después de estos días saldremos hartos de estar en casa, con terribles ganas de abrazar a los nuestros… perderemos a gente, o tal vez no, habrá divorcios, habrá parejas que salgan más fuertes y unidas que nunca, y seguramente conoceremos a cada uno de los que viven en nuestro edificio pero se nos olvidará, o no, y yo espero realmente que no se nos olvide. La tierra nos ha dado un toque de atención. Ni en los pueblos disfrutábamos de ese cariño, esa confianza, vivimos el día a día esforzándonos en enseñar al mundo nuestros logros, lo que tenemos y esto hace que muchas veces la envidia brote, qué enfermedad más mala. Nos olvidamos de tender la mano al que lo necesita, y ese sentimiento, es el que hoy en nuestras casas está creciendo: TENDER LA MANO. No dejemos que se pierda cuando volvamos a la calle, paseemos mirando cada hoja del árbol, cada hormiga que pasa, porque hubo un día en que no pudimos y lo echamos de menos.

Ánimo a todos… todo saldrá bien.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.