La obediencia forma parte del aprendizaje de la regulación de la conducta y de la asimilación de las reglas. En un primer momento haciendo las cosas como el adulto le dice, y ganarse su aprobación y elogio; y, posteriormente por propio deseo, controlando su conducta y cumpliendo las reglas de manera consciente, ya no para agradar a nadie, sino por propia satisfacción.

Para aprender a ser obediente es necesario también que se explique el por qué de las cosas que se le piden a nuestro hijo o nuestra hija. Los límites les dan seguridad y les enseñan a controlarse. Sin normas, el niño va sin rumbo por la vida.

Con dos años descubren el poder de las rabietas. Han comprobado que, si hacen eso, sacan de sus casillas a los mayores y están probando su eficacia. Es decir, son un medio para conseguir un fin. En esos momentos no son capaces de pensar. Incluso puede habérseles olvidado el motivo por el que se inició su enfado. Con el tiempo las rabietas se convierten en una forma de captar la atención del adulto, una manera de dominar la situación.

Es una etapa pasajera. Todavía no controlan sus emociones, y tampoco conocen aún la inhibición, así que se enfadan a lo grande. Por eso, es bueno que, aunque las rabietas no desaparezcan, al menos se reduzcan en intensidad.

A esta edad aún no toleran la frustración y les cuesta comprender que no pueden tener siempre lo que quieren. Como tampoco son capaces de verbalizar lo que desean, el resultado es la rabieta. Por eso, que estas reacciones desaparezcan no depende solo de que consigan lo que quieren o no. Empezarán a desaparecer cuando comprueben que no influyen sobre sus padres, y sobre todo cuando puedan tolerar la frustración y expresar con palabras lo que hasta ahora sólo podían manifestar con pataletas.

¿Podemos ayudar a nuestros hijos a comunicarse y tolerar la frustración? ¿Cómo? Pues manteniéndonos firmes. Es la estrategia más infalible. Para empezar, porque ayuda a dejarle claro que su rabieta no le llevará a conseguir lo que quiere. Debemos dar explicaciones cortas y captando toda su atención y para eso tenemos que esperar a que se calme. Así que respetamos el tiempo que necesita para que se desahogue y sólo le prestaremos atención cuando se tranquilice. Nunca lo abandonaremos, sólo esperamos, lo acompañamos y muy dulcemente le decimos que esperaremos a que se calme. Una vez que la rabieta ya ha comenzado, el pequeño parece fuera de sí. Para ello, papá o mamá pueden arrodillarse frente a él, cogerlo por los hombros con firmeza y mirarlo hasta que él fije sus ojos en los del adulto. En ocasiones, ni ellos mismos sabrán cómo terminar con su propia pataleta. Es beneficioso cambiar de lugar: salir con ellos en brazos del espacio en el que se encuentran e ir a otro más abierto. A la vez el paseo puede distraer su atención y hacer que se centre en otra cosa.

La mejor forma de luchar contra las rabietas es procurar que no aparezcan. Y para ello conviene anticiparse a posibles problemas. Por ejemplo: uno de los lugares donde suelen darse más rabietas es el supermercado, así que hay que ir prevenidos. Es bueno dejar todo claro antes de entrar. El consejo es que hagas lo posible por prevenir la rabieta.

Es muy eficaz ofrecer la posibilidad de elegir entre dos opciones. La mayoría de las veces su enfado vendrá ocasionado por querer algo que no puede tener. De ahí que ayude mucho a evitarlo el dejarle elegir solo entre dos opciones. Respeta su autonomía. Cuando un niño necesita ayuda te la va a pedir. Modera el uso del NO. Si tienes que poner un límite claro, hazlo de forma positiva y con antelación.

Descarga adrenalina. Juega con ellos, intentando que se muevan y realicen ejercicio físico, además de muy divertido, te permite conectar con los peques y favoreces la relajación posterior al descargar toda la agresividad y adrenalina del día a día. Intentar que los niños se muevan suele funcionar fenomenal, pues ayuda a los niños a recuperar el equilibrio entre los cerebros superior e inferior.

Si queremos que el niño o niña aprenda a no enfadarse de forma explosiva, no parece muy razonable que los padres pierdan el control igual que sus hijos. No te prestes al juego. Controla tu propio enfado y respeta a tu hijo. Mantén la calma. Si no puedes, delega en otra persona. Prácticas como gritar, regañar, ignorar, castigar no sirven, de hecho, empeoran la situación. Cuando las rabietas son por situaciones derivadas de rivalidad entre hermanos es especialmente desaconsejable. En plena rabieta, tan sólo nos tenemos que preocupar de acompañar al peque… Es esencial ser firmes, cuando pegan no permitirlo con rotundidad y dulzura.

Cuando todo esté en calma, poned nombres a las emociones que han experimentado en la rabieta. Cuando baja la intensidad es el momento de reconectar con el niño, es el momento de recuperarle y ayudarle a comprender lo que le pasa cuando se enfada. Hablando con calma y con cariño.

Si las rabietas no desaparecen con el tiempo y el niño o niña no va madurando y no va adquiriendo estrategias de control de sus emociones, corremos el riesgo de que se prolonguen demasiado y provoquen en edades posteriores conflictos difíciles de abordar. Por eso es imprescindible ayudar a nuestros hijos a realizar este aprendizaje con paciencia y perseverancia. De esta manera nos evitaremos problemas mayores en el futuro.

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