Si ya las mujeres por naturaleza tendemos a sentirnos culpables por mil y un motivos, con la llegada de la maternidad, ésta se multiplica enormemente.
Ella tiene muchas versiones, mayor o menor intensidad, pero siempre llega de una u otra forma. Comienza a revolotear en el embarazo y con la llegada del bebé, busca la mayor debilidad para aterrizar fuerte. Y digo nosotras, las mamás porque en su gran mayoría se instala en nosotras, aunque no dudo que los papás también la sientan igualmente.

Durante el embarazo, podemos comenzar a sentirla por haber engordado demasiado, o porque el bebé no se esté engordando lo suficiente, por haber hecho algo que no sabías que podía perjudicarle… Y en el parto, sí también nos acompaña, bien porque has querido y no has podido dar a luz sin epidural, o soñabas con un parto natural y tuvo que ser programado o una cesárea de urgencia. El siguiente paso, la alimentación del bebé, si le das biberón, si le das pecho, que no se engorda, que se engorda demasiado… ¿Lo estaré haciendo bien?
A veces puede confundirse con inexperiencia pero no, ella va mucho más allá porque aparece antes de conocer a nuestro bebé, y nos va acompañando en cada una de las etapas que vamos recorriendo junto a nuestros hijos. Mi experiencia con ella todavía es corta, pero me da que me va a acompañar toda la vida.
Culpa por haber hecho algo, o por no haberlo hecho de la mejor manera, arrepentimiento por no haber hecho algo… y así, entramos en bucle infinito (uy, me salió la vena friki)
Culpa por trabajar y no pasar suficiente tiempo con nuestros hijos; por no trabajar y no ayudar económicamente en casa; por llevar a nuestro hijo a la escuela infantil o por no llevarlo. Por no ser una mamá perfecta, por no ser la mejor cocinera, por perder la paciencia con facilidad o por tener demasiada, por no tener la casa impecable, o por pasar más tiempo limpiándola y menos con nuestros hijos, por no poder darles a nuestros hijos lo que nos gustaría, o por darles demasiado… ¿continúo?
Si no podemos echarla, tendremos que saber manejarla ya que sino puede llegar a ser muy limitante y afectarnos seriamente en el día a día. Tengamos claro que cada familia tiene sus circunstancias, y hay que sopesar e ir tomando decisiones con respecto a ellas, las mejores decisiones serán las que hagan que la vida familiar, laboral y social esté lo más equilibrada posible, y hagan de todos los componentes de la familia, individuos felices.
Porque no nos olvidemos que somos madres, pero somos mujeres y que para poder ser la mejor versión de nosotras mismas tanto como madres, como en las demás facetas de nuestra vida, tenemos que sentir que lo estamos haciendo lo mejor que podemos, y que aunque la culpa nos recuerde lo imperfectas que somos, sepamos que esas imperfecciones nos hacen perfectas para nuestros pequeños.
Espero que con esta pequeña reflexión, nos sintamos unidas, comprendidas, y derribemos los muros y las batallitas que la maternidad crea entre las mamás.
No busquemos ser madres perfectas, busquemos ser madres felices.

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